Los orígenes de la violencia, de acuerdo a propuestas como la de Laura Gutman y otros autores asociados al sicoanálisis Jungiano, se encuentran en nuestra más tierna infancia y se asocian con nuestras más inconscientes carencias afectivas.
En efecto, al primer acto violento que experimentamos los seres humanos ocurre al nacer.
En efecto, el primer registro emocional que ocurre en nuestra aún frágil vida es el de la separación. Nos separan de nuestras madres después de pasar nueve meses plenos de amor, alimento, fusión emocional y contención. En ese instante nos sentimos solos, desamparados, probablemente al lado de nuestras madres en una cuna pero desconectados y con una sensación de soledad jamás antes experimentada en nuestro hogar materno. El segundo acto de violencia ocurre con nuestra alimentación. Después de venir de un mundo de nutrición física y emocional permanente, nos ponen horarios y reglas para alimentarnos a través de los pechos de nuestra madre. Aprendemos en ese instante una de las “programaciones” vitales más relevantes para nuestra vida: la carencia; desde es instante entendemos que viviremos en un mundo carente y que tendremos que responder con violencia para lograr lo que nos corresponde.
Sin embargo cuando pensamos en violencia, nos imaginamos que son conductas que solo algunas personas practican y que obviamente es por fortuna, una realidad ajena a nosotros. Nada más alejado de la verdad.
La violencia es más común de lo que pensamos. En realidad, todos nosotros somos de alguna forma violentos pues todos hemos sido violentados al nacer, salvo muy pocas excepciones. Por lo tanto es muy probable que seamos violentos y no lo veamos, no nos demos cuenta. De hecho, tendemos a asociar la violencia a actos físicos o psicológicos evidentes pero en realidad, existen muchas formas de practicar violencia de manera más sutil y sin embargo como decía, no nos damos cuenta, no lo vemos pero están presente en todas nuestras dinámicas familiares y laborales afectando de manera relevante a las personas con las cuales interactuamos.
Presento a continuación algunas formas sutiles de practicar la violencia y que tal como lo menciono, no siempre se hacen visibles en nuestras dinámicas con los demás:
– NO TE ESCUCHO.
– NO TE LEGITIMO.
– TE DESPRECIO.
– NO TE VALIDO.
– TE HUMILLO.
– TE FALTO EL RESPETO.
– TE IGNORO.
– TE DESCONOZCO.
– DECIDO POR TI.
– TE MIENTO.
– ERES INVISIBLE PARA MI.
– TE NIEGO.
– TE SOMETO.
– CONSUMO TU ENERGIA.
– TE EXIGO DESMEDIDAMENTE.
– TE TRASPASO MI NEGATIVIDAD.
Sin duda que al leer estas formas de violencia, te darás cuenta que con más de alguna has sido víctima de la violencia de alguien o, quizás sientas que de alguna forma, practicas con tus hijos, con tu pareja, con tus compañeros de trabajo o tus subordinados, este tipo de violencia sin percatarte de ello. Si es así, tomemos consciencia del daño que estas prácticas pueden generar y, lo poco rentable que en definitiva pueden resultar, a la hora de plasmar afectos con las personas que nos importan. Hagámonos cargo que el origen de estas prácticas se esconden en nuestra más tierna infancia y generemos un cambio pues de alguna forma también, lo actos violentos con los demás, son una violencia para con nosotros mismos.
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